No hay algo que puedas hacer para caerle bien a Dios y recibir sus bendiciones. A Dios ya eres agradable, Él te ama simplemente porque eres parte de su familia, y eso nunca dejará de ser así.

Es inútil dejarte alguna tarea. Simplemente te puedo sugerir que cualquier día es el adecuado para volver a casa.

Elevar una oración es un hábito muy poderoso no sólo para librar las batallas cotidianas, el gozo y alegría nos dan consuelo en los momentos de angustia. Pon todas tus preocupaciones y angustias en las manos de Jesucristo.

Tómate un tiempo durante el día para cerrar tus ojos, relajarte y platicar con Él. Lo puedes hacer mientras conduces, en una caminata o en la preparación de una siesta. Recuerda que Jesucristo es también el dueño del descanso.

Cuando ores, hazlo con un corazón limpio como un hijo pequeño se acerca a su padre amoroso. Lo que pidas se te dará, si buscas encontrarás y si llamas se te abrirá. Hazlo como si tu vida dependiera de ello.

Tu mente se volverá más clara y podrás ver la vida en perspectiva cuando piensas en la eternidad y en la majestad del poder de Jesucristo. La tensión y los dolores de este mundo desaparecerán conforme pongas la mirada en tu ciudad eterna.

Busca música en donde Jesucristo sea el centro. Te lo digo con claridad, evita cantos en donde tú y tu dolor o angustia sean lo único. Alimentar a tu ego en medio del dolor puede ocasionarte más problemas que soluciones.

Cuando te asalte cualquier duda, sólo recuerda que Jesucristo es el Rey de reyes, el Señor de señores y el Dueño de los dueños. Jesucristo es el Altísimo Rey Soberano del Cosmos. Todo está bien porque Él ya venció.

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